Domingo, 21/9/2003
Otro domingo más, en su habitual visita al Rastro de Valencia en busca de desheredados, el Reparador encontró a un depauperado multímetro analógico, modelo ICE 680-R. Tenía su funda de plástico intacta, aunque sucia, pero las sondas y demás accesorios no estaban con él, probablemente largo tiempo desaparecidas, pensó. Estaba en un puesto con muy pocas cosas más, exhibiendo con cierto orgullo su gran escala en el centro de la parada. Muchos extraños lo cogían, alimentando en el infortunado la esperanza de una pronta recuperación, pero, tras observar la falta de accesorios y su aspecto algo marchito, lo volvían a dejar. El pesimismo se iba apoderando del ICE, que por momentos se temió un final aún más ignominioso, junto a los desechos de esta consumista generación. Entonces el Reparador cogió al 680-R y lo observó, no sin cierta pena. Cuántos circuitos habría ayudado a reparar el ahora abandonado!. Finalmente, la compasión por el infortunado hizo presa de él y unos míseros 5 Euros sirvieron de rescate, tras lo cual pasó a ocupar una bolsa junto a seis libros de Los Tres Investigadores que había adquirido para su hija mayor. Irónicamente, el título de este mensaje es muy similar al de esos libros...
Una vez en su taller, pudo observar mejor las heridas que el tiempo y el mal uso habían causado en el infortunado 680-R. Exteriormente, la suciedad imperaba por doquier. Pero lo peor aún estaba por llegar y apareció cuando lo extrajo de su funda de plástico. Los tornillos de la tapa trasera no estaban presentes... y al levantar dicha tapa, sus peores sospechas se hicieron realidad. La causa del desarraigo del 680-R (Serie III, según rezaba la inscripción de su circuito impreso) de su antaño feliz posición en un poblado banco de trabajo, era una brutal sobrecarga de tensión. Parte de su circuito impreso se había vaporizado, dejando restos carbonizados como huella del destructor evento. Un burdo intento de reparación, con mal soldados cables, no había hecho sino empeorar la ya muy débil vitalidad del ICE. Había también dos signos inequívocos que aún daban mayor relevancia al infortunado final del
680-R; un fusible vaporizado y una resistencia carbonizada. El aspecto era desolador. Pero el Reparador no se deja llevar por la simple apariencia y, con una discreta pulsación, activó su recién adquirida estación de soldadura, observando con la vista perdida cómo los dígitos del termómetro empezaban su asintótica ascensión hacia la temperatura de consigna, mientras se cuestionaba sobre las exiguas posibilidades de éxito en esta tarea.Y entonces se obró la magia. Hábiles manos retiraron los malhadados arreglos y los sustituyeron por puentes de hilo fino, siguiendo con precisión la ruta de las desaparecidas trazas de fino circuito impreso. La carbonizada resistencia fue reemplazada, con el debido respeto por su antecesora caída, a la que se extrajo con delicadeza, por una nueva unidad. El fusible, que no era más que un trozo de hilo extraído de un carrete provisto a tal efecto, fue de nuevo puesto en orden de uso.
Tras verificar la reparación procedió a alimentar al renovado ICE. Una vez colocada la célula de 3V, los electrones volvieron a correr y juguetear entre las pistas. En un intento futil de volver a la vida, el galvanómetro impulsó con fuerza su aguja hacia el fondo de escala. Pero algo no estaba bien. Las heridas aún no estaban del todo restañadas, pues la situación habitual de la aguja no era, precisamente, el fondo de la escala sino, más bien, una posición en el lado opuesto, de reposo junto a los ceros de todas las escalas excepto la de resistencias, que siempre ha sido algo díscola empeñándose en operar al contrario que la mayoría.
La desolación invadió al Reparador que con tanto mimo había efectuado la delicada operación. Algo quedaba aún por descubrir. Y es que la averías, cual presas de caza, tienden siempre a camuflarse en sitios poco visibles y, a veces, escapan del cazador.
Pero no fue este el caso, ya que el Reparador observó un sutil ennegrecimiento entre dos pistas de circuito que discurrían paralelas durante un breve trecho. Comprobando la resistencia entre ambas, una sospechoso valor de 150 Ohmios depertó la temporalmente ofuscada mente. Mediante una pequeña incisión, se produjo la separación de ambas pistas, volviendo a su infinita indiferencia que las había caracterizado durante largos años.
El momento crucial llegó y se volvió a conectar la fuente de la vida, en forma de batería, al 680-R. Esta vez el ya tranquilizado galvanómetro tuvo a bien permanecer en una posición más apacible, junto a los ceros de tensión y el infinito de resistencia. Tras unas pruebas en cada una de sus funciones, el Reparador declaró al ICE salvo.
El misterio había quedado resuelto.